domingo, 6 de noviembre de 2011

Parábola de las muchachas buenas y las bobas



Al fin del Discurso Parusíaco de Cristo (o Apocalipsis Sinóptico) hay varias parábolas que encarecen la "vigilancia" y las buenas obras o "creatividad" -casi por demás. Las tres últimas se refieren directamente al Juicio Final; y la primera de ellas es una parábola absurda o por lo menos extraña, llamada comúnmente "de las Vírgenes Locas y las Prudentes", que llamaremos aquí con más exactitud "de las muchachas buenas y las bobas".

Pronunciada ahora en el Occidente, esta parábola no dice nada al vulgo, que no le ve la gracia, y piensa: "serán costumbres orientales"; mas en Oriente hace menos gracia aun; porque contradice de varios modos las costumbres y el ritual nupcial; que (dicen los entendidos) no ha variado mayormente de Cristo acá.

Traduzcamos del original esta parábola, que hace penar a los exégetas; los cuales han penado para mí:

"ENTONCES SERÁ PARECIDO el Reino de los Cielos a diez "bridemaids" o paraninfas que salieron con sus lámparas al encuentro del Novio. Cinco de ellas eran bobas y cinco eran buenas. Las bobas llevando los candiles no llevaron aceite consigo. Mas las buenas trajeron consigo alcuzuelas con aceite. Demorándose mucho el Novio todas ellas dormitaron o durmieron. En medio de la noche se hizo un clamor. He aquí el Novio, salid a su encuentro. Entonces despertaron todas las muchachas y adornaron sus candiles. Mas las Bobas dijeron a las Buenas. Dáme del aceite tuyo que las lámparas se apagan. Mas las Buenas respondieron: -No sea que nos quede corto a todas. Id mejor a los vendedores y comprad para vuestros candiles - Retirándose ellas a comprar sobrevino el Novio - Y las preparadas lo acompañaron a las bodas. Y se cerró la puerta. - Al último llegaron las otras gritando: Señor, Señor, ábrenos - Respondió el Esposo: No os conozco.

Notanda acerca de la traducción: "Al encuentro del Novio y de la Novia" dice la Vulgata; mas el inciso "de la novia" es añadidura de un copista, según la crítica textual: sólo del Novio trata la parábola; la Novia en cuya casa esperan sindudamente las Doncellicas o "Compañeras" (pues no habían de dormirse en camporraso) no aparece. El Novio viene a buscar a la Novia a su casa, cosa contraria a los usos actuales. "Bobas" se puede traducir el "moorai" griego, que significa además de "necio", bobo, memo o casquivano: la traducción "locas" o "fatuas" es exagerada. "Buenas", por aliteración confieso que es un poco forzado, aunque la palabra "fránimoi" (prudentes) la usaban los griegos también por "bueno" o exactamente "honrado". Los finos candiles de barro cocido se usan todavía en Oriente, como las alcuzuelas de alfarería para el aceite. La expresión "mesees de niktós''puede ser "medianoche" o bien "en lo más profundo de la noche, a altas horas".

Un erudito alemán, Jülicher, se ha entretenido en buscarle todos los pelillos a la parábola (me ahorró trabajo) y en negar su belleza literaria, en lo cual yerra: el cuadrito "simbolista" es rápido, balanceado y contenido, lo cual es la belleza formal de este género. Las dificultades son siete: primera, no corresponde bien a los usos nupciales en Israel; 2, candiles para un cortejo, se apagan; antorchas hace falta; 3, la demora del novio es inverosímil: el novio tenía que caer al anochecer ¿a qué hora si no comenzó el banquete?; 4, las "bridemaids" no pueden haberse dormido en un barullo; y una fiesta semita consiste casi todo en barullo; 5, la respuesta de las buenas no es nada buena: egoísmo bárbaro, e ironía de adehala; 6, el que salieran a comprar aceite en plena noche en vez de sumarse simplemente al cortejo sin lámparas, es disparate; 7, el Esposo es inverosímilmente duro; por una leve demora las deja a buenas noches, y no eran tan malas al fin y al cabo. El apóstata Loisy, discípulo de Jülicher, concluye: la que es boba es la parábola; no debe ser de Cristo. Mas cuando uno repara en que el cuentito representa la Parusía y Retorno de Cristo, la luz entra a raudales, para mí al menos. No solamente está ella inserta en el Sermón Parusíaco, sino que Cristo alude a la Parusía al comienzo, y al cabo: es decir, la encuadra.

Al comienzo dice: "Será parecido el Reino... “en futuro, en vez del sólito presente "Semejante es... "; y al fin indica la decisión final, en el "cerrarse la puerta" y en la sentencia "no os conozco" ya usada por Cristo como fórmula de la condenación. "Conocerá el Señor a los tuyos" dice san Pablo (II Tim. II, 19); Y "no todo el que dice ¡Señor, Señor! entrará en el Reino",avisa Cristo (Mt. VII, 21) "pues a muchos les diré: No os conozco".

La dificultad principal para, mí (y para Maldonado) es ésta: el cuentito no añade nada a la moraleja: "vigilad pues", la cual por otra parte había sido ya proferida por el Señor seis o siete veces en el Sermón anterior, una vez explícitamente (Mt.XXIV); en el cual Sermón se hallan no menos que cinco pequeñas semejanzas que todas imperan "vigilancia", a saber: la de la Higuera; la de Noé y el Diluvio; la del Relámpago; la del Patrón que teme al ladrón; la del Siervo que espera al patrón y la Del que no lo espera, y Él llega inesperado. Luego parece que esta Parábola aunque sea linda, es superflua. Pero el caso es que este cuentito y ningún otro, hace un cuadro simbólico y fuerte del "apurón" de la Parusía y todas sus características principales, cifrando plásticamente el Sermón Profético anterior. Esta "cifra" se puede poner así: La Parusía será inopinada y la gente estará dormida, toda ella; pues aparentemente "Cristo no vuelve más" (como dicen hoy justamente no pocos) o se demora mucho -como dicen todos; y entonces se hará un gran clamor y desconcierto, en que las providencias que tomen los "impreparados" fracasarán todas, pues ya no es tiempo de preparaciones. Como decimos a los estudiantes que se precipitan sobre los libros las vísperas de exámenes: "oportet studuisse, non studere": no es tiempo de estudiar sino de haber estudiado. Y así las muchachas desprevenidas hacen cuatro cosas inútiles a toda prisa: ruegan a las otras que las salven, salen de noche a buscar vendedores, llegan a puerta cerrada y gritan: "¡Señor, Señor!" Gaucho prevenido nunca fue vencido.

Pero todas se durmieron al fin y al cabo... -Sí; el dormirse no fue tan culpable, y es posible que las Buenas solamente "dormitaran", signo de negligencia de los cristianos. Entonces ¿las Bobas son los impíos? -No; salieron a buscar a Cristo con lámpara magüer vacías; son también los cristianos de "tibieza", justamente lo se que achaca en el APOCALIPSIS a la última IGLESIA, LA IGLESIA DE LAODICEA. -¿Y por qué diez muchachas, no bastaban dos? -El número diez significa en la Escritura universalidad en lo humano; así como el doce universalidad en lo sacro. -¿Y por qué propiamente "vírgenes"? -No dice "vírgenes" en sentido estricto el texto griego, sino muchachas o doncellas. -¿Y por qué no muchachos? -Ahí me embromó: no lo sé. Bueno, las muchachas solían acompañar a la Novia, los "Amigos" al Novio; y la "Parusía" en los profetas es la venida del Esposo a buscar a la Esposa. -¿Y por qué candiles y no antorchas? -Por el óleo. -"El óleo significa las buenas obras, la lámparas que se extinguen sin óleo, la Fe" -dice san Agustín. "Seguramente el óleo, por cuya falta se incurre en tamaño percance, significa algo muy grande ¿verdad? ¿Qué otra cosa puede ser sino la caridad?" De hecho el óleo en la Escritura significa la misericordia; y en la misericordia cifró Cristo todas las buenas obras en la Parábola siguiente, la del Juicio final. ¿Por qué el Esposo no abre la puerta, qué le cuesta? -No se puede abrir más: con la metáfora de un Banquete de Bodas simboliza Cristo siempre la gloria del Cielo, que es lo final y definitivo.

"Y después no habrán instancias, ni mudanzas ni glosas.

Se enclavará el destino de todo ser creado

Y allí donde han caído y así como han quedado,

quedarán, ineternum, las cosas.

Seguramente la parábola desconcertó a los oyentes como nos desconcierta a nosotros, porque su intento era desconcertar; es decir hacer pensar; como las piezas de un rompe-cabezas desconciertan antes de haberlas ensamblado. -Todas las parábolas de Cristo tienen rasgos desconcertantes, como hemos notado tantas veces (Evang. de Jes., pág. 388); Y así debe ser, porque aluden siempre a cosas divinas, que trascienden lo humano, y son, fuera de la Fe, incomprensibles; mejor dicho, fuera de la Visión Beatífica. Los místicos que han experimentado (un cachito) las cosas divinas, no saben hablar de ellas, quedan tartamudos como Moisés después de ver al Ángel del Sinaí, se gastan repitiendo que "No se pueden decir" ("Que nadie que no las haya experimentado sabrá sentir: y decir, ni siquiera los que las han experimentado" -dice Juan de la Cruz) y cuando lo mismo las dicen, es en forma oscura y desconcertante. Mas Cristo las dijo en forma relativamente clara.

Cuatro escritores conozco que han intentado hacer un cuadro imaginario (novelesco) de la Parusía: nuestro Martínez Zuviría, Robert Hugh Benson, el ruso Solovyefy el suizo Ramuz; y nos han dado cuatro cuadros diferentes de un suceso que es casi totalmente imprevisible; y mucho más para los oyentes de aquel tiempo. Cristo tuvo que desconcertar su parábola; y la verdad es que lo hizo sutilmente. La parábola como narración se tiene tiesa; sólo a la reflexión aparecen los "desconciertos". La parábola responde tan cabalmente al tema, que lejos de ser un tropiezo literario (Loisy) es un acierto poético.

Incluso los rasgos secundarios de la invención poética responden a lo que sabemos por la profecía de aquel temeroso suceso. El hecho de que "tarde el Esposo" y "Estén todos dormidos" lo proclaman para el fin del siglo san Pedro y san Pablo, profetas también; e incluso que los hombres dirán: "No vuelve más". Como he notado en otro libro (Cristo ¿vuelve o no vuelve?, pág. 15), si se considera la Herejía, o las herejías de hoy, se ve que el foco de convergencia de todas ellas se finca en la negación u olvido de la Parusía, o Segunda Venida de Cristo. Por ejemplo, existe hoy un movimiento optimista llamado "democristianismo" que espera la salvación para el amenazado mundo nuestro, de medidas políticas; para lo cual ha insertado la religión en un sistema particular de gobierno (en el mejor de los casos): la "democracia". No digo que ellos sean malos cristianos todos, no lo son todos, ni menos herejes; mas lo cierto es que desconocen la visión pesimista del "Mundo" que siempre tuvo la Iglesia; y la de la "Política", que tienen hoy los cristianos; e incluso los filósofos: el desorden actual es tan vasto y profundo que la "inteligencia política" no solamente es impotente a solucionarlo, más aun a abarcarlo entero -dijo Jácome Maritain el cual sin embargo se volvió después democristiano.

En el fondo, estos son "milenaristas"; es decir, esperan un gran triunfo externo de la Iglesia en el tiempo, no en la eternidad; por medios comunes, no por la Segunda Venida; y para dentro de poco; esperanza que desearía no quitarles.

Ejemplo eximio es el ruso Berdyaef, con su profecía premuras a de la "Tercera Iglesia" o Iglesia de Juan (no menos que Nietzsche con su "superhombre", aunque éste sí que no es democristiano, pero sí a modo de milenario) o Don Sturzo con su unificación del mundo bajo la dirección del Papa y con NORTEAMÉRICA como eje; o el Padre Lombardi; o el Pastor Paúl Tillich; o el judío Martín Buber, etc. La idea de un Estado Democrático Cristiano me aparece como una monstruosa imposibilidad, el sueño de uñir dos cosas inuñibles; por lo menos ésto que aquí entienden (o no entienden) por "Democrassia".

Lo curioso es que estos "Demos" llaman "milenaristas" a los demás, a mí por ejemplo (que estoy aquí tan tranquilo rezando mis devociones, sin tiempo para "políticas"); que si lo fuera no me avergonzaría, pues estaría en buena compañía, con los Padres Apostólicos todos, y quizás con el mismo Apóstol Juan; pero no lo soy, porque no me da el caletre para cosas tan difíciles. Lo único que hay es que creo en la Segunda Venida; y eso para pronto, como dicen no menos de siete veces ("Venio Cito”), san Juan en el Apocalipsis. Si la veré o no la veré, no me interesa; lo que me interesa es estar preparado y "vigilar".

Esposo. -Un amigo me dice bromeando que Cristo nos mandó la monogamia, pero aparentemente practica la poligamia; todas las almas son sus "esposas", como cantan los cantitos, a veces horribles, de mi Pirroquia. Para engendrar en la carne es necesaria la exclusividad; en el espíritu es al contrario: las cinco vírgenes de la parábola entran con el Novio aparentemente a casarse, la Novia no aparece en el cortejo: parece un matrimonio mahometano. Y la razón es que los bienes materiales cuando se participan disminuyen, los espirituales aumentan: el que reparte dinero se queda con menos, el que reparte saber aumenta su saber: hasta Cristo, Dios y todo, aumentó viviendo su saber; y en ese sólo "el que parte y reparte se queda con la mejor parte".

Esta es la razón por qué los hombres se andan peleando hoy día tan fiero, y Alsogaray anda en apuros: han perdido el saber y el sabor de los bienes espirituales. Esta es la razón principal del comunismo, la Gran Repartija hecha por el Dios Estado, o sea (como siempre) por una gavilla de politiqueros.

Y también aquí se verifica lo del que parte y reparte, según dicen: los politiqueros no ayunan.

"Esposo": lo mismo que "Rey" designa una entrega personal total a Cristo. Los Ejercicios de san Ignacio giran todos alrededor de una entrega personal a Cristo; y eso prueba cuán evangélicos son. Cristo dice: "El que ama a su padre o a su madre más que a Mí, no es digno de Mí": lo mismo que dice el Génesis de los esposos. Ningún hombre puede decir eso que no sea al mismo tiempo Dios: excluir todo otro amor enfrente al suyo.

Una monja me preguntó si en el cielo veríamos al Niño Dios. Respondí sin broma que lo veríamos e incluso lo daríamos a luz. Como se escandalizó fierazo, por no citarle el dicho de Cristo: "EI que hace la voluntad de Mi Padre, ése es mi padre, y mi madre y mis hermanos", -no hay que andar manoseando la escritura como un tendero luterano- le cité el modesto versito de Campoamor:

No lo dudéis señores,

si hay un cielo, hay en él niños y flores.

Cristo invita a las almas primero a su servicio, después a sus desposorios. Primero de tomar esposo hay que salvar la vida (enferma grave), primero de entregarse hay que tener algo que entregar; ("nuestra hermanita no tiene pechos, ¿qué haremos?,dicen los Cantares). Y así cuando se está en una vida que es una lucha, hay que tener primero de todo un "Rey" y no pensar más que en el "servicio"; y entonces el nombre del amor es "obediencia". Cuando hayas besado el suelo muchísimo, te llamarán al "beso de la boca". Después de llamar a Dios veinte años "patrón" comienza uno a llamarlo "tata". Y así, fuera de los placeres carnales que son medios para formar un hogar y una familia temporal (y fuera de eso son ruina) no hay bien que un esposo pueda prestar, que Cristo no pueda dar a un alma generosa y adulta, incluso una familia espiritual. Si uno salva un alma, en el cielo habrá entre esas dos almas un lazo inmensamente más fuerte y dulce que entre madre e hijo.

Adulta. Para darse primero hay que poseerse, nadie puede dar lo que no tiene. Razón del presente fracaso de los matrimonios en Buenos Aires; son matrimonios mahometanos; primero hay que conocerse bien, casarse de ordinario en la propia clase, y sobre todo, con virtudes, es decir con capacidad. El matrimonio es ahora la unión de dos riquezas, o de dos instintos, o de dos personas; y debería ser siempre de dos personas. Como me decía esa señora de la "clase alta": "desde chica no he oído hablar del matrimonio sino como una licencia general para la sensualidad". Un teólogo argentino, Antonio Vallejo, O.F.M., llama al matrimonio usual entre nosotros: "la atracción sexual legalmente sancionada... y decepcionada”. Dijo Cristo a santa Teresa: "Ocúpate de mis asuntos como una esposa".[1] Dice san Pedro: "Entonces es mejor no casarse". Por mí no se casen si pueden. Por lo menos no se casen como unas bebas, es decir, como unas Bobas: aceite para la larga vigilia de las lámparas sagradas del hogar.

(CASTELLANI, L., Las parábolas de Cristo, Ediciones Jauja, Mendoza (Argentina), 1994, p. 294-301)


1 Cf.: Melquisedek, o el Sacerdocio real, Edit. ltineratium, Buenos Aires 1959.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Conferencia: La Poesía de Castellani


A continuación ponemos al alcance de los lectores del blog, el audio de la conferencia dictada por el Prof. Caponnetto: "La Poesía de Castellani".
Agradecemos a Stat Veritas por subir este material a la Web.



viernes, 14 de mayo de 2010

Condena del Milenismo


Otra cosa que es forzoso aclarar.

Hallamos en muchos autores, incluso “serios”, el aserto d que “el milenismo ha sido condenado”. O “lo será”. O “debe serlo”. Es falso.

El milenismo carnal o “kilialismo” SI: ha sido condenado. ¿Dónde?

No hay ningún decreto Conciliar o Pontifical condenatorio dél, que nosotros sepamos. En la recopilación del Denzinger se nombra ciertamente a Kerinthos, pero no como milenista sino como negador de la divinidad de Cristo -como muchos judíos actuales, Kerinthos parece haber aceptado a Cristo como Mesías o Profeta, pero no como Hijo de Dios- en la condena a los Ebionitas (“Ebionem, Cerinthum, Marcionem, Paulum Samosatenum, Photinum… qui… Jesu Christum Dóminum Nostrum verum Deum ese negaverunt…) en el Decreto para los Jacobitas del Concilio de Florencia, 1483, Denz. 720.

Los que hubieren leído los 12 tomos del Mansi, si acaso han hallado la condena expresa del milenismo carnal, haríanos favor nos la indicando.

Pero el Kilialismo Kerenthiano está seguramente condenado en los escritos de los Santos Padres; en lo que llaman “el magisterio ordinario”. Ni una sola línea de las que escribió Kerinthos nos ha llegado; lo cual puede explicar la ausencia de condena expresa y formal. No conocemos propriis términis la herejía de Kerinthos.

Los santos padres se desencadenan contra ella, algunos con verdadera furia; por su afirmación de que habría bodas después de la resurrección (entre resurgidos); contra la afirmación del Evangelio; Lc. XX, 27.

El milenismo espiritual por el contrario no ha sido condenado, ni jamás lo será: la Iglesia no va a serruchar la rama donde está sentada; es decir, la Tradición.

Hubo hace poco dos decretos disciplinares para la América del Sur de una sacra Congregación Romana en que se prohíbe enseñar como “peligroso” (sin condenarlo como “erróneo”) una especie de milenismo. ¿Qué especie?

Aquel que sostiene que “Cristo reinara corporalmente en la tierra”, dice el primer decreto informativo al arzobispo de Chile; “visiblemente”, corrige el 2° decreto, extendido a toda la América del Sur (11-VII-1940 y 28-VII-1944).

La corrección del adverbio “corporáliter” sustituido por “visibíliter” es fácil de comprender. El alegorista que redactó el primer decreto no advirtió quizá que sin querer se condenaba a sí mismo. En efecto, los alegoristas o antimilenistas sostienen como hemos visto que el profetizado Reino de Cristo en el universo mundo es este de ahora, es la Iglesia actual tal cual. ¿Y cómo reina ahora Cristo en este reino? Reina desde el Santísimo Sacramento. ¿Está allí corporáliter? Sí.

Había que corregir rápidamente eso.

Está pues prohibido enseñar en Sudamérica que Cristo reinará visiblemente desde un trono en Jerusalén sobre todas las naciones; presumiblemente con su Ministro de Agricultura, de Trabajo y Previsión y hasta de Guerra si se ofrece.

Muy bien prohibido. Teología a la Fulton Sheen. “Teología para negros”, llama a esta fabula Ramón Doll. Con perdón de los negros.

Ningún Santo Padre milenista -y hay muchos, como hemos visto- o quier escritor actual serio, ha descripto así el Reino de Cristo. Simplemente no añaden nada de su cosecha, que sería temeridad, a lo que el Evangelista y los Profetas dicen; y ellos no dicen tal cosa.

Uno es libre de imaginar como quiera o pueda el futuro Reino; pero no de “enseñar” sus propias imaginaciones.

Yo no enseño “ni huno ni hotro, ch’amigo”: ni a Kerinthos ni a San Ireneo: tengo otras cosas que enseñar. (Con pesar me veo obligado a hablar de mí, porque una persona que enseña, y por cierto con (cierta) autoridad, me ha difamado enseñando autoritativamente que soy milenista.)

Quisiera ser San Ireneo de Lyon. No me da el cuero para tanto. No tengo talento suficiente para zanjar un problema tan difícil. Lo que en mi fuero interno para mí tengo, eso es cosa entre Dios y yo; que no le incumbe nada al desaprensivo difamador.

Dije arriba que la Iglesia NUNCA CONDENARA el milenismo espiritual; y he aquí mis razones:

La Iglesia enseña que las dos fuentes de la doctrina revelada son la Escritura y la TRADICION. La tradición de la Iglesia Primitiva (la más importante de todas) durante cuatro siglos por lo menos ha sido milenista. Aunque fuese una tradición “dudosa” (como dicen y no parece) la Iglesia Romana no se arriesgaría a condenarla; incluso por simple “política”; quiero decir, buen gobierno. Condenarla sería como guadañarse los pies queriendo guadañar la cizaña.

Los Protestantes niegan la Tradición como fuente autoritativa. Cuando estallo el gran movimiento de la Reforma, dos doctores protestantes, Dellaeus y Dedóminis, argumentaron contra la Tradición diciendo: la Tradición primitiva se equivocó, pues sostuvo el milenismo, el cual es falso, según la Iglesia romana deste tiempo. Si la Iglesia romana condenara el milenismo espiritual haría bueno el argumento de Dellaeus. Y ya no se podría saber seguro cuál cosa es “tradición” y cuál no era tradición.

Y tampoco se podría saber cierto cómo interpretar la Escritura; porque si todo el Cap. XX del Apokalipsi es “mishdrash”, o sea, puro mito o alegoría ¿por qué no lo será todo el Apokalipsi? ¿Y por qué no toda la Escritura, si vamos a eso? ¿Por qué no la resurrección de Cristo? ¿Por qué no su nacimiento partenogénico? Eso dicen hoy día los “Teólogos” modernistas y protestantes liberales. Dicen que son solamente símbolos o metáforas, no realidades.

Un último punto curioso deseo brevemente relevar: muchos de los actuales alegoristas, si no todos, son en el fondo milenistas carnales. En efecto, negando el postparusáico Reino de Cristo, se ven obligados a reponer el cumplimiento de las profesias en un futuro gran triunfo temporal de la Iglesia antes de la Segunda Venida; o sea, en una “Nueva edad Media” (ver Berdiaeff y también R. H. Benson en “The Dawn of All”) con el Papa como Monarca Temporal Universal, comandando ejércitos de alegres “jocistas” en bicicleta y camiseta sport… Coinciden con el sueño de la Sinagoga antes de la Primera Venida.

Coinciden también helás con la extraña visión de milenismo ateo de Carlos Marx; no menos que con las barrocas promesas de la muy extendida secta protestante judaizante llamada en Norteamérica “la Nueva Dispensación”. Son todos pájaros de la misma pluma.

Lo último de lo último que debieran (o no debieran) hacer, es tacharme a mí de “milenarista” como dicen ellos.

(Todo este último apartado: Condena del Milenismo, es nota del Traductor#)



Tomado de la obra de: Alcañiz S. J. – Castellani, “La Iglesia patrística y la Parusía”, Ed. Paulinas, 1962, Buenos Aires, pp. 349-353.

#Es decir del mismo Padre Leonardo Castellani.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Fabulas...



APRIETA
SE agarraron al fin en una mañana tostada por un sol de enero, se agarraron como todo el mundo en el ribazo sabía que se te­nían que agarrar, hasta el infelicísimo, el distraidísmo Tatú.
-¿Sabe que su amiga, compadre Apereá, la-que-refala-sin-ruido, está buscando y me parece que va a encontrar?
-¡Por amor de Dios, hable bajo! -dijo el Cobaya, que tiembla de oír solamente el nombre de la venenosa.
-Yo no le tengo miedo, aunque tampoco la trato -dijo el Cascarudo-; pero me parece que la Iguana Verde le va a dar el vuelto.
-¡Ojalá Dios quiera! -silbó arriba el Cachilo-, ¡ojalá la mate! La Igua­na es mi amiga... No puede subir a los árboles. Pero temo que no la pueda.
-¡Amalaya se coman las dos! -dijo el pobre Cobaya palpitante.
-Amén, compadre. Pelearse se tienen que pelear, porque el ribazo es chico para dos matreros de esa ralea que comen los dos lo mismo y no poco cada día -dijo Tatú Mulita.
-¡Cristo, allá están! -gritó el Conejito de Indias, hundiéndose como un rayo en su cueva, porque se oyó a lo lejos el matraqueo siniestro y furioso del crótalo de la víbora.
Se habían agarrado. Sobre la curva sinuosa y parda de un caminito de perdiz venía el Lagarto corriendo un ratón; estaba la Cascabel ace­chando una rana, y se toparon. Ninguno de los dos iba a torcer, ningu­no de los dos iba a retroceder. ¿Podían retroceder? La Cascabel esta­ba enroscada en una negra bola repugnante, resorte tensionado y po­tentísimo que arrojaría su cabeza chata como un lanzazo sobre su ene­migo, así éste moviese no más un ojo; la Iguana, aplastado el cuerpo contra el polvo y estremecida en convulsiones de ira, saltaría fulmi­nante sobre su nuca, al primer descuido de la guardia. Parecía que ninguno de los dos se movía; y sin embargo la Víbora se contraía y re­plegaba todavía más, hinchándose su cuerpo negruzco como un bra­zo que hace fuerza; y la boca abierta y feroz del Lagarto se iba aproxi­mando imperceptible, línea por línea, punto por punto, con precau­ción infinita, jadeante, crispada...
¿Cuál de los dos ha saltado? Tan fulmíneo ha sido el golpe que el ojo más sutil no hubiera podido distinguirlo. Ha sido un mescolarse instantáneo de miembros, escamas, anillos, colas que golpean furiosas, patas verdes que arañan, vientres blancos, lazos mortíferos que se anudan, cuellos que forcejean, un solo monstruo disforme y proteico que agoniza frenético revolcándose en el polvo...
De manera que yo, que en ese momento caí al ribazo, rifle al hom­bro y descuidado, no supe a lo primero qué cosa era aquella horrible que forcejeaba en la arena: si un grifo asqueroso, mitad saurio y mitad víbora, o bien una serpiente con patas y dos colas...
Ajajá... El Lagarto es el que ha mordido. Ahora veo su cabeza entre los anillos mortíferos. El Lagarto ha agarrado a la Víbora y la sacude convulsivamente para quebrarle el espinazo...
¡Horror! El golpe del Lagarto no ha sido certero. El cogote agilísimo se ha zafado y en vez de aferrar las vértebras cervicales, los dientes sólo han cazado la espalda; y la boca letal de la Venenosa se vuelve fa­tídicamente, haciendo un arco muy cerrado, hacia la garganta blanca y blanda de la Mordedora, a la altura del hombro, y las dos mandíbu­las se abren espantosamente, en un ángulo tan abierto como un pul­gar y el índice de un hombre, para dar el mordisco último.
El momento es supremo. La Iguana aprieta con todas sus fuerzas cerrando los ojos. Tan furiosa está que uno puede salir de detrás del árbol, todo espantado y sin resuello, y aproximarse al montón cautelo­samente para ver si el mordisco agarra.
Clack. Se cerró como un resorte el estuche de la muerte, y las dos espinas de marfil en cuya punta centellea una gotita de veneno pasaron como saetas a un milímetro del cuello de la Iguana. La Iguana aprieta.

Clack, clack, clack. Los mordiscos se multiplican isócronos, metó­dicos e infructuosos, mientras la Venenosa se crispa para deslizar su espalda un milímetro no más, el milímetro que falta, de la tenaza de la otra. Pero la Iguana aprieta más, con los maxilares que crujen como si se quebraran. Las dos comprenden con toda claridad la situación. Un milímetro más o menos es la muerte para la una o la otra.
Apretar. Zafarse. Con todas las fuerzas de la desesperación, aunque crujan los huesos y se corten como piolines los tendones. Aprieta. Tira.
¡Ay! iAy! Los anillos de la Cascabel han hecho presa en el torso -el cuello está defendido por las patas delanteras- y aprietan ahogando, mientras la cabeza siempre tira y las mandíbulas venenosas suben y bajan automáticamente. La Iguana abandona toda defensa y se deja estrujar y ahogar, salvo el apretar con su boca que sangra y babea. To­dos los pájaros han cesado de piar y los bichos de correr, al estribor del crótalo que suena agitándose convulso, como una canción macabra. Hay un silencio fúnebre en el sauzal del ribazo...
¡Adiós! La Iguana se ha tumbado de lado. La creyera muerta en el abrazo terrible a no ser por su boca que no cede. Toda su vida se ha reconcentrado en sus mandíbulas. Y en las dos manos que protegen el cogote del lazo corredizo. Y aprieta.
¿Qué pasa? La Víbora ha soltado a su enemigo, que ni resuella por no soltarla: su cuerpo negruzco se desparrama por la arena como un látigo a quien la desesperación del último esfuerzo sacude. ¿Qué inten­ta? La Iguana gime de dolor, con gemidos de niño, porque las mandí­bulas y el cuerpo le deben doler horriblemente; pero aprieta.
Aja, la Víbora buscaba un apoyo; y ahora, anudando la cola a un raigón, prueba otra táctica, la última, y hecha un puente en el aire, de­sesperadamente tira.
La Iguana sin soltar es arrastrada por el ímpetu, con las cuatro pa­tas hundidas como puntales en la arena, en línea recta primero, des­pués a un lado, después a otro. El cuerpo de la Víbora se anuda y pa­rece que se va a romper. Y los dientes venenosos se alzan de nuevo, y caen de nuevo, y la piel del cuello es atrapada y yo no puedo conte­ner un grito.
Y los dientes se alzan de nuevo y entonces veo que me he engaña­do: los colmillos sólo han arañado la piel. Y entonces -todo esto en un segundo-, la Víbora se sacude con una especie de grito de rabia, muer­de otra vez, cruje... y se dobla como un junco, por el punto en que la Iguana la aferra. El espinazo ha cedido. Peractum est.
El cuerpo ondula todavía con las convulsiones de la muerte y el estuche ponzoñoso muerde el aire. Pero la Iguana sabe que la Víbora no puede ya hacer fuerza, que está perdida. Y espera pacientemente sin soltar, diez minutos, quince, veinte, que los movimientos languidez­can y la chispa de los ojos maléficos se apague. Y después suelta y sal­ta a un lado. Y entonces me ve a mí.
Yo creí que era insolencia mirarme a mí fijamente y no huir, inso­lencia de vencedor; y estuve por darle un tiro. Pero era cansancio, la pobre, con la boca abierta, sin poder cerrarla y las patas tiradas por el suelo, como si todos sus huesos estuviesen desencajados. Dio tres o cuatro pasos borrachos hacia el agua y se tumbó de nuevo. Entonces bajé el rifle no queriendo gratificar con un tiro -lo que hubiera sido, al fin y al cabo, una gratitud de hombre- a quien me había hecho el ser­vicio de suprimirme ese tremendo habitante ignorado del ribazo, don­de yo iba todos los días a tumbarme en la gramilla con un libro. Y dije mirando a la Iguana, agonizante de cansancio:
-¡Oh, Iguana! Hay momentos en la vida en que Dios quiere que uno agarre con los dientes y apriete hasta romperse la mandíbula, pena de la vida. Dios mío, yo te ruego que si es posible no me pongas en esos trances y me des enemigos pequeños. Pero si no es posible, yo te ruego que me des gracia para apretar y no soltar, para apretar hasta la muerte.



Leonardo Castellani, “Camperas”, Ed. Vértice, Buenos Aires 2003, pp. 61-65.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Sermones...


DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO
[Mt 11, 1-10]


EL año litúrgico se abre con el Adviento que significa Venida o Llegada. La Iglesia abre y cierra el circulo litúrgico con un evan­gelio acerca de la Segunda Venida de Cristo o sea la Parusía; y durante las otras tres semanas del Advenimiento, lee tres evangelios acerca de San Juan Bautista, el nuncio de la Primera Venida de Cristo llamado el Precursor. Ellos contienen el primero, tercero y cuarto testi­monio que dio el Bautizador solemnemente de que el Rabbí Ieshua de Nazareth era realmente "El que había de venir, el Esperado; en aquel tiempo, ansiosa y nerviosamente esperado y ahora también; por los que conservan aquella antigua fe.
Lo malo para comentarlos es que no están é ¿ese orden, sino al revés: primero está el último, el testimonio que dio, definitivamente desde el calabozo, licenciando a sus discípulos para que fuesen a Cristo; al cual testimonio Cristo respondió dando testimonial su vez de su humilde precursor con una gran alabanza, pero no lo libró de la cárcel. Este es el evangelio de hoy. Después viene el que dio a los fariseos; y por último el que dio ante todo el pueblo, desde el comienzo de su predicación, anunciando que había que prepararse enérgicamente porque había llegado el tiempo en que "toda la carne vería el divino Salud-Dador". Ante todo el pueblo es un decir, porque los que se congregaban en la ribera del Jordán cerca de Bethsaida, donde el salvaje nazareno bautizaba y clamaba, eran más bien pocos, de a grupitos; pero había allí de todas las profesiones y clases sociales, incluso fariseos; y hasta el mismo Herodes Antipas cayó allí una vez, por desgracia. De a grupitos pasaron por allí, al final, muchísimos; todo el pueblo, puede decirse (éste es el evangelio del tras-próximo Domingo).
Así, pues, mientras Jesús trabajaba con sus Vimos oscuramente en el taller de Nazareth, apareció en una playita del [o llena de cañas y sicó­moros un desconocido venido del desierto, que podríamos llamar ermitaño, con larga melena nazarena, una piel de camello por vestido y un físico enjuto y quemado por el sol y las privaciones, pero de un coraje y una potencia extraordinaria: "salvaje magnético" lo llama Papini; "ende­moniado" lo llamaron a poco andar los fariseos. Este profeta poderoso austero humilde, que fue mártir de la moral natural, y no hizo otra cosa en su vida que "allanar los caminos" para otro, suscitó una gran expecta­ción, tanto que algunos creyeron era el Mesías; y un fuerte movimiento religioso, del cual benefició Cristo. Antes de predicar la moral divina, había que "enderezar los senderos" de la moral natural. El Bautista es la rectitud moral y la humildad llevadas al heroísmo; él predica la ley na­tural así como su Bautizado número uno promulgará más tarde la ley divina; los dos luchan contra la seudo Ley anquilosada y corrompida de los fariseos. Los temas de Juan son solamente tres: 1) Haced penitencia; 2) el Tiempo ha llegado de la Venida; 3) vosotros "raza de víboras", ¿qué os habéis pensado?
Lo primero que hizo Cristo después de despedirse de su madre viuda y dejar el taller ("a su hermano Jacobo" dice Schalom Asch) fue recibir el bautismo de la penitencia, conexión visible y solemne de su misión con la de Yohanan; y por él con todos los antiguos profetas y todo el Antiguo Testamento. Como nota San Agustín la religión ("la Ciudad de Dios") es una sola; y se remonta hasta el principio del mundo, conec­tados todos sus tramos por nexos perspicuos y solemnes; Adán, Abraham, Moisés, Los Profetas, Juan Bautista, Cristo. Para enseñarla hay que te­ner autoridad y la autoridad no se inventa, se recibe. Allí en ese bautismo que tuvo lugar una tarde cualquiera de un día cualquiera ante un grupo de cualesquiera, sucedió la primera revelación del último Tramo de la Religión, el definitivo, tras el cual no hay ya que esperar otro, revelación que el mismo Juan necesitaba, pues "Aquel sobre quien descendiere el Espíritu, Ése es", le había sido dicho por el Espíritu en el desierto. Y así Cristo en toda su carrera se refiere siempre a esa primera revelación y vínculo legitimante ("¿Con qué autoridad dices estas cosas?".) Tú te has inventado una autoridad que nosotros no te hemos dado. "Con la auto­ridad que me dio mi Padre."
"Éste es mi hijo querido en quien están todas mis complacencias. Oídle a Él" 110, dijo el trueno del cielo, al mismo tiempo que una luz en forma de paloma se cernía sobre los dos humildes nazarenos, inmergidos el agua hasta las rodillas, como lo hemos visto tantas veces... gracias a los pintores.
No se entiende nada del Bautismo de Cristo si no se atiende a esta necesidad de la autoridad religiosa. "Yo no me he enviado, Dios me ha enviado" debe poder decir el Apóstol; y eso significa Apóstol: Enviado. "Tú no tienes necesidad de bautismo", dijo Juan a Jesús; "Deja eso aho­ra", le replicó éste. Necesitábamos nosotros ese nexo de la autoridad re­ligiosa.
No siempre que Dios envía un hombre con una misión peligrosa avi­sa previamente a las autoridades. A veces lo autoriza Él mismo, o con la santidad de su vida, o con milagros; y las autoridades deben arreglarse con sus propios medios a reconocerlo. Si lo desprecian, Dios permite que caigan en el peor error, y cometan el crimen más horroroso, que es matar a un hombre de Dios -por el hecho de ser de Dios- en nombre de Dios. Entonces un desastre espantoso se desploma sobre esta gente y so­bre el pueblo que representan, podrido como ellos. Pobre Argentina, que no escuchas a tus maestros, desprecias a los precursores y matas a los profetas. "Los fariseos -dice el Evangelista- despreciaron a Juan, y no recibieron el bautismo de penitencia, con lo cual se embromaron", y rehuyeron la sabiduría "la cual se justificó después por sus obras", es de­cir, por las obras milagrosas que hizo Cristo. Desde entonces comenzaron las violentas imprecaciones de Juan contra los jefes espirituales de la na­ción; pero no sin que antes el profeta hubiese dado llana y modestamente cuenta y razón de sí mismo a la delegación oficial de estos jefes oficiales, que se le aproximó cuando ya su nombre corría indetenible entre las gentes religiosas, que lo tenían por el Mesías, unos; por Elías el segundo Precursor, otros; y por un gran profeta, todos. La única profecía que hizo Juan fue reconocer al Mesías como Mesías; no es poco. Es todo, si se quiere.
"Si queréis, él es ciertamente el Elias, el que ha de venir; pero esto que os digo es misterioso", dijo Cristo como última palabra acerca de Juan; el cual ya entonces (al fin del primer año, primera misión de Galilea, después de la primera resurrección de un muerto) estaba en el só­tano del palacio de Herodes, sin hacerse ilusiones acerca de su futuro: "Conviene que el Otro crezca y yo mengüe." Juan cerró entonces su misión entregando el resto de sus discípulos -ya había enviado a otros-, que con ansiedad en torno de él todavía se afanaban desesperanzadamente, al Taumaturgo que desde Cafarnaúm recorría el lago, las aldeas y las co­linas. Juan no había hecho ningún milagro; sus discípulos esperaban de él que, rompiendo cerrojos y cadenas, aterrorizase a Herodes y volviese a su puesto del río Jordán. No lo hizo. Pero el Mesías sí había de hacer milagros; era una de las señales que había puesto acerca de Él el profeta Isaías.
Juan se comporta siempre con una humildad conmovedora; fiero delante de los fariseos, delante de Jesús se hace polvo: "No soy digno ni de atar las cintas de sus sandalias." Así en esta ocasión en vez de respon­der directamente a sus confusionados secuaces, envía a dos de ellos en su nombre y en representación de todos a Galilea a preguntar al Joven Maestro: "¿Eres Tú el que [desde hace siglos esperamos] ha de venir, o hemos de esperar todavía a otro?". Jesús tampoco respondió directamente -las palabras son pequeñas en algunas ocasiones- sino que prosiguió sin responder su predicación y sus curas delante de los dos johannidas y fi­nalmente dijo: "Andad y anunciad a Juan lo que habéis presenciado: Los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sor­dos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados: y dicho­sos los que de mí no se escandalicen" (es decir, dichosos los que en mí no tropiecen; porque encontrando a Cristo, o se cree, o se da un encon­tronazo).
Cristo resumió en esta breve respuesta las profecías taumatúrgicas de Isaías de los cantos 29, 35, 61, 13, 26 y sobre todo del canto 5: del cual dos frases literales están aquí: "Los ciegos ven... los pobres son ilumi­nados". Ése es el milagro fundamental de Cristo y de su Iglesia: iluminar. ¡Y ay de la Iglesia cuando los pobres no son iluminados!
Apenas los dos johannidas, exultantes sin duda, zarparon, Cristo ca­nonizó al Bautizador, y le rindió a su vez testimonio. En la turba que lo escuchaba había quienes escucharon antes a Juan; y a éstos se dirigió: "¿A quién fuisteis a ver en el desierto de Besch-Zeda? ¿A una caña que el viento agita? Decidme ¿qué cosa fuisteis a ver...? ¿A un hombre vestido con elegancia? Los que visten fino están en el Palacio de Gobierno, no en el desierto. Respondedme pues a quién habéis andado a buscar. ¿A un profeta? Sí, así es, a un gran profeta y más que profeta. Éste es aquel de quien tenemos Escritura: He aquí que yo mando delante a mi Enviado, que prepare los caminos delante de Ti...". Es un versículo del profeta Malaquías. Cristo alude a los hombres "influyentes" que andaban por entonces vendiendo palabrería devota, que no tenía efecto alguno, como rumor de cañaveral; y a los Saduceos o progresistas (la secta rival de los Fariseos o separados) que hoy llamaríamos intelectuales que andaban en torno al diletante Herodes Antipas -por lo cual el Evangelio los llama a veces "herodianos"- discutiendo las últimas novedades de la filosofía de la Metrópoli. El ermitaño de Besch-Zedá era otra cosa.
Cristo lo "canonizó": "Palabra de Honor [ex cáthedra] ningún hijo de mujer se alzó en el mundo mayor que Juan el Bautista", de donde algu­nos teólogos han discutido verbosamente si el Bautista es un santo ma­yor que Abraham o mayor que Moisés, o mayor que San José. Pero Cristo determinó claramente el sentido de sus palabras añadiendo otra exageración -todo Cristo está lleno de exageraciones equilibradas de a dos en dos, como los arcos góticos de una catedral-: "Pero yo os digo que el menor del Reino de los Cielos es mayor que él": con lo cual dijo que la preeminencia de San Juan se entiende solamente sobre todos los profetas del Antiguo Testamento; en efecto, los demás vieron de lejos y entre celajes al Mesías; y éste lo mostró con el dedo... Con Juan se cie­rran "la Ley y los Profetas" -añadió Cristo- y comienza la Iglesia, no en contra sino encima. Los judíos deberían levantarle una catedral en Jerusalén al Bautista. Y a lo mejor se la levantan, ahora que se están reuniendo todos allá. En Jerusalén en donde lo mataron.
Ninguna catedral mayor que la devoción del pueblo cristiano al hís­pido profeta de Besch-Zedá: cosa de la mitad de los cristianos del mun­do se llaman Juan, sin contar una de las mejores provincias argentinas y contando todos los italianos que se llaman Bachicha ("Aserrín aserrán los maderos de San Juan [algunos dicen «los dineros de San Juan»] ¿dón­de están?"). El 24 de junio es en Europa el día más largo del año (el sols­ticio de verano) y los gentiles celebraban la víspera de ese día al dios Sol, encendiendo hogueras sobre las colinas para matar la noche del todo; y con festejos de alegría y con supersticiones pintorescas. Los cristianos transformaron esa fiesta étnica -cuyas supersticiones no obstante han llegado hasta nosotros- plantando al Precursor en ese día -entre nosotros el más corto del año- y transformando las hogueras de Apolo y Osiris en las fogatas de San Juan. Pero San Juan no fue el iluminador, no fue el sol, sino a la manera del alba que precede brevemente al sol, en verde, oro y sangre. "No era él la luz, sino para dar testimonio de la Luz", dice de él otro San Juan, el Evangelista.

La idea es que ese día hay que quemar todos los trastos viejos, cachi­vaches y rezagos que hay en la casa y hacer limpieza de basura e inutili­dades; y ése fue justamente el fondo de la prédica del Bautista; "Poner el hacha en la raíz del árbol muerto." ¡Qué andáis con pamplinas, con pa­labras muertas, con discusiones inútiles, con leyes nimias, con politique­rías pueriles y con pataratas de Reforma, Reacción y Revolución en los momentos en que las bases mismas del mundo se descompaginan todas! Quemad con la penitencia la leña muerta, si queréis obtener luz. Cuando veáis que los comunistas queman iglesias, haced vosotros en vuestro co­razón las santas fogatas de San Juan.
Los "comunistas" queman iglesias ni, que les parecen inutilidades, ellos celebran a San Juan a su manera, que no es buena. La buena es que­mar las inutilidades del corazón. Cuando los vándalos quemaban iglesias en Roma, San Cipriano escribía a sus obispos: "No os deis afán por edi­ficar templos materiales en los cuales al fin y al cabo sabéis que un día se sentará el Anticristo. Edificad la fe en los pechos, templos que nadie puede quemar."
Con esto no queremos decir que hay que dejarlos no más a los "comunistas" quemar Iglesias. ¡Cuernos!


Notas:
110 La señora Julia de Seydell me advierte amablemente que el inciso "Oídle a él" no está en el Bautismo de Jesús sino en la Transfiguración (Mateo XVII, 1; Marcos IX, 1 y Lucas IX, 28). Reconozco que es así, para ser enteramente exacto. El origen de mi confusión es que algunos exégetas modernos conjeturan que en las dos ocasiones la voz del Padre fue la misma; y los Evangelistas reservaron la pequeña añadidura "oídle" -que de todos modos está implícita en la teofanía del Bautismo- para la ocasión más solemne; basándose para ello en la autoridad del Codex Beza. No me pare­ce probable esta conjetura. Ver sobre esto John O'Flynn y Reverendo A. Jones en Ca-tl)olic Commentary on Holy Scripture, Nelson, London.

111 Cuando se escribió esta homilía, acababa de acontecer en Buenos Aires el epi­sodio de "la quema de las iglesias", que fue imputado oficialmente a "los comunistas".




Leonardo Castellani, "El Evangelio de Jesucristo", Vortice, Buenos Aires 1997, pp.332-337.